viernes, 2 de marzo de 2012

LA CAMPANA DE LOS PERDIDOS

La Campana de los Perdidos hace referencia a la campana que tañía la iglesia de San Miguel de los
Navarros de Zaragoza.

La gente de Zaragoza trabajó durante los siglos en las orillas del río Huerva desde el amanecer hasta el anochecer. En aquella época, el terreno estaba ocupado por la vegetación, tan alta que era capaz de ocultar a una persona.

Solía ocurrir, sobre todo en invierno y debido a la niebla que se formaba por la proximidad del río, que la gente no hallase el camino de vuelta a la ciudad y les sorprendiese la noche, teniendo que pasarla al raso.

El invierno de 1529 fue particularmente frío y húmedo. Aquel año, un pastor encontró los cadáveres de dos mujeres cerca del río.

Debido a estos hechos, el clero de San Miguel decidió colocar una gran lámpara en lo alto del campanario para que, ayudada por espejos, hiciera como un faro cuya luz sirviera como punto de referencia en el campo. El cierzo arrancó el faro en una tarde aciaga en la que perecieron varias personas por el desbordamiento del río, ya por querer salvarse de la riada, ya por intentar salvar a sus seres queridos.

Consternada la ciudad por los desastres producidos por la tormenta, resolvieron solicitar del Jurado en Cap (el actual ayuntamiento) que una de las campanas de la torre de dicha iglesia se tocara cada media hora desde el crepúsculo hasta las doce de la noche. La ciudad resolvió favorablemente la petición y determinó que el campanero tuviese una habitación en la misma torre o junto a ella, haciendo repicar la campana cada media hora desde el anochecer hasta la media noche. Además, debía poner otra luz en un punto más elevado y seguro de la mencionada torre.

Dos siglos más tarde, cuando se despejó de malezas y árboles la zona, se suprimió la luz y la campana, ya denominada por todos como campana de los perdidos, siguió tocando desde las nueve de la noche en otoño e invierno y a partir de las diez de la noche el resto del año pero de hora en hora.

Solamente dejó de tocar la campana de los perdidos en la época de los sitios de Zaragoza aunque superados estos volvió a seguir tocando aunque ya no hiciese falta pues la campiña, otrora selvática, era un enjambre ya de caminos, grandes avenidas y buenas carreteras.
La insigne iglesia de San Miguel tuvo a bien mantener la tradición y perseveró en la costumbre hasta bien mediado el siglo XX.

Por causas desconocidas dejó de tocar pero a finales del siglo apareció en la prensa local que se había decidido mantener la tradición y seguir tocando, como hace hasta la fecha, las treinta y tres acompasadas campanadas de ritual , obviamente de manera simbólica.

Esta campana y su tocar al caer la tarde hizo que a los que vagaban por la ciudad mientras tocaba les cayera el apodo de perdidos.

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