El Papado es un tipo de monarquía
especial, asentada en una ley de continuidad.; en la Iglesia y en el papado no
se producen saltos y, apoyándose en esta norma no escrita, todos los Papas de
la edad moderna han intentado señalar a sus “papable favorito", aunque en
algunos casos, pueden ser varios.
Generalmente los Papas parece que
nombran indirectamente a su delfín, así Pablo
VI le entregó al cardenal Albino Luciani, en 1972, en su sede patriarcal de
Venecia, su estola papal y Luciani se convirtió en Juan Pablo I aunque tan dolo
ejerció el Papa 33 días ya que falleció.
Juan Pablo II nombró al cardenal Ratzinger
decano del colegio cardenalicio, y con este gesto Wojtyla sabía perfectamente que ese puesto lo
colocaba, de hecho, como Papa en funciones, eclipsando al Camarlengo, y Ratzinger
se convirtió en Benedicto XVI.
Benedicto
XVI no iba a ser menos y con gestos sutiles, con
indicaciones subliminales y, sobre todo, subrayando, durante todo su
pontificado y de un modo más acusado estos últimos días, parece que ha elegido
dos “papables”
Durante su pontificado dos gestos
especiales con los cardenales Scola y
Ravasi, hacen pensar que uno de
los dos pueda ser el nuevo Pontífice Romano. Benedicto XVI el
Papa le encomendó a su ministro de Cultura, el Cardenal Ravasi la predicación de sus últimos ejercicios espirituales,
que hizo, con toda la Curia, del 17 al 24 de febrero, y al finalizar los
Ejercicios no sólo agradeció las predicaciones de Ravasi, sino que subrayó aún
más la capacidad de su ministro de Cultura:
"Con la mediación del Ars orandi, antiguo
y siempre nuevo del pueblo hebreo y de la Iglesia, hemos podido renovar el Ars
credendi: una necesidad subrayada por el Año de la fe y aún más necesaria en el
momento particular que yo, personalmente, y la Sede Apostólica estamos
viviendo".
Después concluyó:
"Que
Dios le recompense por este esfuerzo, que tan brillantemente ha logrado".
Por otra parte, al cardenal Angelo Scola lo señaló al menos en
tres ocasiones: Recibiéndolo pocos días antes de anunciar su renuncia;
visitándolo en su sede de Venecia y, sobre todo, trasladándolo a Milán. Porque
nadie va de Venecia a Milán, si no es por una razón muy especial: el ser
señalado por el Papa reinante como su favorito a la sucesión. Y eso le pasó a
Scola que dejó la sede patriarcal para hacerse cargo de la diócesis más grande
y más influyente del mundo. La archidiócesis de Montini, Lercaro, Martini o
Tettamanzi.
Los dados están echados y los
favoritos señalados: los dos italianos, los dos amigos del Papa.
Ahora bien, hay algunas diferencias
entre ambos. Scola pertenece al sector
más conservador y garantizaría la continuidad. Es un buen teólogo, con
experiencia pastoral contrastada. Con 71 años y en buena forma física, en su
contra juega el haber sido una de las máximas figuras del movimiento
neoconservador Comunión y Liberación. ¿Está la Iglesia preparada para un Papa
de un movimiento?
Por su parte
Ravasi pertenece al sector moderado. De 70 años también en buena forma y buen teólogo,
está considerado uno de los mejores intelectuales de la Iglesia actual y un
maestro consumado en el diálogo con el mundo moderno. Sería el ideal para
reconquistar el universo de la cultura, tan alejado de la Iglesia católica
desde hace casi un siglo. En su contra juega su falta de experiencia pastoral
directa.
Estos dos candidatos reflejan bien
las dos "almas" clásicas de la Iglesia: la conservadora y la
moderada, dado que hace años que ha desaparecido la progresista.
Dos sensibilidades que siempre han existido, una
constante en la historia de la Iglesia, la confrontación entre movimientos de reforma
y de restauración. El péndulo eclesial se mueve entre esos dos extremos. Tras casi
33 años de la restauración iniciada con Juan Pablo II y concluida con Benedicto
XVI, parece que toca cambio de
tendencia. Se cierra un ciclo y todo debería girar al centro pues lo exige
la dinámica social y eclesial.
Es un grito tanto de los fieles como
de muchos jerarcas de la Iglesia.
Por ello esta dinámica apunta más a
Ravasi, que puede verse favorecido por otra variable que va a ser sin duda
determinante en la elección del nuevo Papa: la limpieza. El sucesor de Benedicto XVI tendrá que estar
absolutamente limpio de cualquier episodio que lo vincule directa o
indirectamente con la lacra de la pederastia. Y esa vinculación afecta, sin
duda más, a los prelados que tienen cargo pastoral, como Scola. En cambio,
mantiene a salvo a los curiales, como Ravasi.
Y es que también en eso el Papa
Ratzinger ha hilado muy fino: limpió la Iglesia, impuso la tolerancia cero
frente a los clérigos abusadores, y denunció, por activa y por pasiva, las
intrigas por el poder de la Curia, así como los oscuros tejemanejes del IOR, el
banco vaticano. El Papa marca una clara hoja de ruta a su sucesor: continuar
con la limpieza interna de la Curia y del banco vaticano. Acabar la obra que él
no pudo concluir. O no le dejaron.
Al Pontífice Emérito Benedicto XVI
sólo le queda esperar a la fumata del cónclave, para ver si el "habemus
Papam" le corresponde a alguno de sus dos preferidos. El nuevo Papa puede
contar, por vez primera en la historia, con el inestimable apoyo de un Papa
emérito. Un reposo para una tarea ingente, y eso que Benedicto XVI no parece ser una
persona para ejercer o condicionar el poder, puesto que ha renunciado
con todas las consecuencias. Pero sería factible que cohabitasen en paz y armonía los dos Papas, el emérito y
el reinante, el Papa "político" y el Papa "espiritual". Uno
dedicado a reinar y gobernar. El otro, a rezar y a ofrecer su consejo de Papa
anciano, sabio y centrado en lo esencial. Siempre que el nuevo Papa se lo pida
ya que sería ilógico desperdiciar su caudal de sabiduría y piedad.
Un punto interesante para esta
relación papal es que el secretario y hombre de confianza de Benedicto XVI
vivirá con él, pero seguirá desempeñando su cargo de prefecto de la Casa
Pontificia, es decir, el eclesiástico que controla la agenda del nuevo Papa,
mientras éste no dispone lo contrario. Georg
Ganswein será la perfecta correa de transmisión entre los dos
"Pedros". Y la Iglesia no contará con uno, sino con dos
piedras que la dirijan, como si Pedro y Pablo estuvieran a la par al mando de
la barca de la Iglesia.
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