domingo, 20 de abril de 2014

10 METEDURAS DE PATA

1.    El rey mago que no llegó: Una leyenda oriental cuenta que los Reyes Magos no fueron tres, sino cuatro; y a los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar habría que sumar el de Artabán. ¿Y por qué casi nadie ha oído hablar de él? Pues porque nunca llegó al Portal de Belén. Era tan torpe que, por el camino, dejó que lo embaucaran para solucionar diversos pleitos. Los otros tres soberanos se cansaron de esperarlo en el punto que habían acordado para reunirse, y decidieron continuar el camino sin él, siguiendo el rastro de la Estrella de Belén. El pobre Artabán perdió así su oportunidad de tomar “el tren” que lo habría hecho entrar en la historia... o en la leyenda.

2.    ¿Insensible o distraído? Tal es el caso de George Atwood, un matemático que no sólo pasó a la historia por sus investigaciones, sino por un desafortunado desatino. Se cuenta que estaba tan absorto en un trabajo que, cuando vinieron a comunicarle que su esposa había fallecido en un accidente respondió: “Está bien pero que espere a que termine con esto”.

3.    Un inglés alabando a Hitler: Los políticos son los que más caen en estas vergüenzas, como el primer ministro británico, Neville Chamberlain, quien dijo en 1938, tras regresar de su viaje a Berlín para firmar el llamado Pacto de Munich: “Si hubiera más hombres como Hitler, la paz estaría garantizada en Europa”. Y un año después, los nazis invadieron Polonia.

4.    ¿Defensores o terroristas? Parecida sensación de ridículo debió sentir años después Sylvester Stallone –y quizá el gobierno de Estados Unidos que apoyó la rebelión en la vida real- tras los atentados del 9/11 en Nueva York. En 1988, el actor había rodado Rambo III, sobre las aventuras del musculoso héroe luchando contra los soviéticos en Afganistán. Y, hoy en día, nadie se acordaría de aquella mala película si no fuera porque Stallone tuvo la desafortunada ocurrencia de acabarla con una dedicatoria, una voz en off que decía: “A los talibanes, heroicos luchadores por la libertad de su pueblo”.

5.    Espía timado: No hay nada como creerse muy listo para que las meteduras de pata resulten aún más clamorosas. Un ejemplo es la llamada Operación Cicerón, considerada uno de los episodios más ridículos de la historia del espionaje mundial, y en el que todos los personajes involucrados parecieron esforzarse por demostrar que eran más inútiles que el resto.  El protagonista de este vodevil de intriga fue Elyeza Bazna, un albanés que trabajaba como ayudante de cámara de sir Hugh Knatchbull, embajador británico en Ankara, Turquía, durante la Segunda Guerra Mundial. Ambicioso y con pocos escrúpulos, trabajó como espía para la embajada alemana.
Usando el apodo de Cicerón, Bazna les vendía planos de ingenios electrónicos que su jefe guardaba en su caja fuerte. Los alemanes le pagaron muy bien por aquellos planos, pero su contenido les desconcertaba. Lógico. El embajador británico era una especie de inventor chiflado que en su tiempo libre diseñaba circuitos y disparatados modelos de electrodomésticos que nunca funcionaban. Y lo que Bazna les estaba vendiendo a los nazis (sin saberlo) eran justo aquellos planos (años después, Graham Greene se inspiró en este personaje para escribir su novela Nuestro hombre en La Habana).
Como era de esperar, los nazis empezaron a desconfiar del albanés. Y la consecuencia fue que, cuando el traidor les facilitó otros documentos auténticos y muy valiosos –entre ellos, los informes sobre las cumbres de los líderes aliados en Casablanca y Teherán–, los alemanes dudaron de su autenticidad.
Finalmente, los británicos acabaron descubriendo los manejos de Bazna y montaron un operativo para atraparlo. Pero la suerte sonrió una vez más al espía, quien escapó a Brasil llevándose el dinero que le habían pagado previamente los nazis.
En el país sudamericano, el albanés se dedicó a vivir como un rey, pero la historia tampoco tuvo final feliz para él. Al cabo de un mes, la policía se presentó en su domicilio con una orden de arresto por fraude. Y es que, haciendo bueno el célebre dicho “Roma no paga traidores”, los alemanes habían remunerado los servicios del espía con dinero falso.

6.     Justicia poética: Otro personaje que también se creía muy listo pero que, como Bazna, acabó siendo víctima, fue John Coffee, un constructor irlandés al que, en 1873, las autoridades contrataron para edificar una prisión en Dundalk. Coffee finalizó las obras en el plazo acordado, pero al revisar las cuentas, los funcionarios gubernamentales descubrieron que el empresario había falsificado todas las partidas para cobrarles mucho más dinero. El truhán fue condenado por estafa y, cosas de la vida, cumplió su condena en el mismo penal que él había construido.

7.    El café te mata: Ni siquiera algunos reyes, portadores de la dignidad más majestuosa, se libran de inscribir su nombre en los anales de la historia de la estupidez humana. Es el caso de Gustavo III de Suecia, un monarca que detestaba el café hasta el punto de creer que se trataba de una bebida letal y que su consumo prolongado podía causar la muerte.  Para demostrarlo, se le ocurrió una idea absurda. Condenó a un reo de asesinato a ser ejecutado lentamente, bebiendo 12 tazas de café diarias, mientras un grupo de médicos iba comprobando su progresivo deterioro físico. Pero el soberano nunca vio el desenlace del experimento, ya que murió casi 10 años después, en 1792, asesinado por un disidente que se llamaba Anckarstróm. Y en los años sucesivos fueron muriendo uno a uno los médicos que el rey había designado.  De hecho, al final el único que quedó vivo fue el reo, quien acabó siendo indultado y murió mucho tiempo después, por causas perfectamente naturales. Aunque eso sí, nunca dejó de tomarse sus tacitas diarias de café.

8.    Rey sin trono: Tampoco tiene desperdicio el caso de Menelik II, emperador de Abisinia. En 1887, un empleado de Thomas Alva Edison llamado Harold P. Brown inventó la silla eléctrica, y en 1890 se ejecutó con ella al primer reo: William Kleiner.  La noticia dio la vuelta al mundo, y al enterarse, el emperador abisinio hizo las gestiones para comprar una de esas sillas que, creía, sería un símbolo de su gran poder. Pero Menelik no tuvo en cuenta un detalle esencial. La silla letal sólo funcionaba con electricidad, un adelanto que por aquel entonces todavía no había llegado al país africano. Evidentemente, el rey no pudo achicharrar a ningún reo con aquella silla, pero, tratando de buscarle alguna utilidad, no se le ocurrió mejor idea que utilizarla como trono durante algún tiempo.

9.    Cortos de vista: La historia está repleta de habladores y profetas de pacotilla que, por su ceguera, rechazaron adelantos e inventos que estaban llamados a cambiar el mundo. Es el caso de Rutherford Richard Hayes, uno de los directivos de la compañía de telégrafos Western Union, que en 1876, cuando Graham Bell quiso venderle la patente de su nuevo invento, el teléfono, le respondió con una carta que decía: “Su invento parece interesante, señor Bell, pero sinceramente no acabo de verle su posible utilidad práctica”. Y los ejemplos de visionarios similares abundan en todos los campos. El físico estadounidense Lee DeForest sentenció en 1957: “El hombre  nunca pisará la Luna, al margen de los posibles adelantos científicos”. Solamente 12 años después, Neil Armstrong se paseaba en el satélite.  Igualmente, el padre del cine, Louis Lumiére, sentenció que su gran invento no pasaba de ser una curiosidad científica y que no le veía “ninguna posibilidad de ser explotado comercialmente”.

10. Científico prejuicioso: Peor fue lo de Theodor von Bischoff, un fisiólogo alemán y experto en anatomía de la Universidad de Heidelberg que, a finales del siglo XIX, estudió la diferencia entre los cerebros del hombre y de la mujer. Terminadas sus investigaciones, llegó a la conclusión de que el cerebro masculino pesaba una media de 1,350 g, mientras que el femenino sólo llegaba a los 1,250 g. El investigador se basó en esa diferencia de peso para afirmar la superioridad intelectual del varón sobre la mujer. Conviene señalar que es cierto que los cerebros masculinos suelen pesar más que los femeninos, aunque ese hecho no tiene ninguna relación con la capacidad intelectual de las personas. Pero Von Bischoff no lo creía así, y defendió su tesis machista hasta el final de su vida. La lástima es que, tras su muerte, uno de sus discípulos pesó el cerebro del científico. ¿Y adivinas cuál fue el resultado? 1,245 g. Menos mal que el pobre Von Bischoff ya no estaba vivo para afrontar semejante ridículo.

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