miércoles, 23 de abril de 2014

GLOBOS AEROSTÁTICOS






El globo aerostático es una aeronave no propulsada que utiliza el principio de Arquímedes para volar. Dado que no tienen ningún tipo de propulsor, estos globos aerostáticos se dejan llevar por las corrientes de aire, aunque sí hay algunos tipos que pueden controlar su elevación. Están  compuestos por una bolsa que encierra una masa de un gas más ligero que el aire y en la parte inferior de esta bolsa suele ir una estructura sólida denominada barquilla.
Según el tipo de bolsa pueden clasificarse en abiertos o cerrados, rígidos o elásticos, con o sin calentamiento.
Existen globos utilizados para viajar que tienen una cesta suspendida que permite transportar de una a varias personas. Estos se utilizan para el turismo o el deporte,
Incluso, algunos globos fueron utilizados durante la I Guerra Mundial para observaciones militares.

Hay otro tipo de globos, que no son tripulados, que sirven para medir varios fenómenos físicos, y en las investigaciones meteorológicas suelen emplearse tres tipos de globos.

El globo de caucho o neopreno se usa para sondeos verticales, bien llevando una radiosonda que trasmite información meteorológica o como globo piloto, de pequeñas dimensiones, que se sueltan para conocer la velocidad y la dirección del viento. El globo, inflado con un gas con fuerza ascensional (hidrógeno, helio, amoníaco o metano) se estira a medida que se enrarece el aire. Cuando el diámetro del globo ha aumentado entre tres y seis veces (es decir, cuando su volumen es entre 30 y 200 veces superior al original), la bolsa se rompe y el globo se destruye.


Jacques Charles
Observar la tierra desde el aire era, hasta 1783, privilegio de las aves. Dicho privilegio fue compartido con el hombre cuando su sueño de volar al fin se vio realizado a finales del siglo XVIII en Francia. El 1 de diciembre de 1783 se congregó en torno al jardín de las Tullerías una de las mayores aglomeraciones humanas de la historia de París, se dice que  la multitud allí reunida llegó a 400.000 personas.
 Todas querían asistir a un espectáculo que nadie habría imaginado pocos años antes: el de dos hombres que se disponían a elevarse hasta los cielos a bordo de un enorme globo de aire. Desde hacía días, en la ciudad no se hablaba de otra cosa y la prensa se había hecho amplio eco del acontecimiento. Los espectadores ocupaban los muelles y los puentes, las ventanas y los tejados de las casas, los campos y hasta las poblaciones aledañas. La simple vista del globo antes de su despegue causaba asombro. De color rosa y amarillo, medía más de nueve metros de altura y estaba envuelto completamente por una red de malla cuadrada. En el extremo inferior se había colocado una barquilla de mimbre donde irían los «pilotos»: el profesor Jacques Charles y su ayudante Nicolas-Louis Robert.
 Nicolas-Louis Robert

Uno de los testigos del evento fue el político estadounidense Benjamin Franklin, el inventor del pararrayos, que se hallaba en París como embajador de Estados Unidos. De esta experiencia escribió en una carta a un amigo: «Entre la una y las dos de la tarde la gente miraba satisfecha al ver elevarse el globo entre los árboles y ascender gradualmente por encima de los edificios, un espectáculo de lo más maravilloso. Cuando los valientes aventureros alcanzaron unos 60 metros de altura extendieron los brazos y agitaron sendos banderines blancos a ambos lados para saludar a los espectadores, que respondieron con fuertes aplausos. El objeto se movió en dirección norte, pero como soplaba muy poco viento, continuó a la vista durante un buen rato; y transcurrió mucho tiempo hasta que los asombrados espectadores se comenzaron a dispersar».


La ascensión de Charles y Robert culminaba lo que fue un año mágico en la pugna del hombre por conquistar el aire. El primer «navegador aerostático», como se empezó a llamar a los globos, fue invención de los hermanos Joseph y Étienne Montgolfier, los inquietos hijos de un rico fabricante de papel de Annonay, una localidad al sur de Lyon.

Como todo descubrimiento o desarrollo de la inventiva humana, éste también tuvo sus precedentes.

Henry Cavendish


En 1766, el científico británico Henry Cavendish llenó con hidrógeno una vejiga animal. Cavendish consideraba al hidrógeno como una especie de "aire ficticio" (o "artificial") y descubrió que la vejiga pesaba menos, pero sólo consideró esto como un fenómeno físico y no imaginó siquiera sus posibles aplicaciones aeronáuticas.
Durante los siguientes diecisiete años nadie pensó en usar globos de hidrógeno para elevarse por los aires, pero los hermanos franceses Jacques Etienne y Joseph Michel Montgolfier crearon, en 1793, el globo aerostático, siendo los pioneros en hacer la primera aplicación práctica de la flotabilidad de un globo, en su caso usando aire caliente. Sin embargo, el primer ser humano en subirse a un globo fue el físico francés Jean Francois Pilatre de Rozier,
quien lo hizo junto al marqués de Arlandes el 21 de noviembre del mismo 1783. Pilatre realizó algunos vuelos cerca de París, primero en un globo cautivo y después en otro libre.

Se  cuenta que Joseph Montgolfier, el mayor de los hermanos, estaba una noche de 1782 contemplando el fuego de su chimenea cuando se fijó en el humo que ascendía. Según prosigue la historia, Joseph pidió un pedazo de seda al ama de llaves y le dio la forma de una bolsa abierta por abajo. Luego, sosteniendo la bolsa sobre el fuego, la dejó llenarse de aire caliente y humo. Al soltarla, se elevó hacia el techo.
Siguieron experimentando con este fenómeno usando globos cada vez más grandes. Al cabo de seis meses, empleando una hoguera al aire libre como fuente de calor, habían lanzado un globo que subió más de kilómetro y medio, hazaña de la cual fueron testigos muchos espectadores.

A oídos del rey Luis XVI llegó la fama de los experimentos de los hermanos Montgolfier y su majestad ordenó que se celebrara una función regia en Versalles, para la cual los hermanos construyeron un globo muy decorado y como atracción adicional decidieron averiguar si en las capas superiores del aire podría sobrevivir la vida animal. El 19 de septiembre de 1783, en un cesto cilíndrico suspendido del globo, se elevaron en Versalles, una oveja, un pato y un gallo. El vuelo duró ocho minutos y recorrió 2.400 metros. Al aterrizar, los animales no mostraron efecto nocivo alguno, por lo que los hermanos Montgolfier se dedicaron inmediatamente a construir un globo capaz de transportar a un hombre.

El 21 de noviembre, el científico Pilâtre de Rozier y el marqués de Arlandes se convirtieron en los primeros aeronautas de la historia. Ambos iban en una galería que rodeaba el cuello del globo, un Montgolfier, desde la que alimentaban con paja el brasero que ardía en el centro del aerostato. La majestuosa cúpula azul y dorada se elevó desde un jardín al oeste de París y sobrevoló la ciudad durante unos 25 minutos. La aeronave describió una serie de lentos descensos en picado y se acercó peligrosamente a los tejados de algunas casas. Muchos testigos dijeron más tarde que podían oír a los dos hombres gritarse emocionadamente el uno al otro cuando pasaban por encima de sus cabezas.
 El globo recorrió unos nueve kilómetros y aterrizó al sur de París, donde los aeronautas fueron aclamados como héroes.
El vuelo de Charles y  Robert de 1873 puede ser considerado como el primer vuelo realmente tripulado; mientras el globo de aire de los Montgolfier, de enormes dimensiones, resultaba prácticamente incontrolable, Charles y Robert aplicaron un sistema de regulación de la altitud mediante bolsas de arena a modo de lastre que iban lanzando por la borda.
Jacques Charles dejó un relato de su experiencia: «Nada podrá igualar aquel momento de hilaridad total que me invadió el cuerpo en el momento de despegar. Me sentí como si estuviera volando lejos de la Tierra y de todos sus problemas para siempre. No fue simple deleite. Fue una especie de éxtasis físico». Su compañero Robert le susurró mientras volaban: «He terminado con la Tierra. Desde ahora, para mí sólo existe el cielo. Una calma tan total. Tal inmensidad…».

Recorrieron unos 43 kilómetros y tomaron tierra en Nesles-la-Vallée, al norte de París, en unas tierras de labranza. Robert descendió de la canasta, pero el intrépido Charles se elevó de nuevo en solitario hasta alcanzar los 3.000 metros de altura, desde donde pudo contemplar la puesta de sol por segunda vez en un mismo día, en medio de un intenso frío y en abrumadora soledad.
La «globomanía» se desencadenó por toda Francia. La imagen de los aerostatos y los pilotos aparecía hasta en las vajillas. En París se vendían globos a escala reducida, con el gas incluido, para aquellos que quisieran realizar sus propios experimentos. Los demás países se contagiaron de la fiebre. En el mes de junio, la población madrileña de Aranjuez fue el escenario de la primera experiencia con un globo tripulado en España, a cargo del artista francés Charles Bouche, que casi acabó en tragedia al incendiarse la envoltura del globo. Siguieron Escocia, Inglaterra, Italia… Hasta finales de 1784 se hicieron 181 ascensos tripulados en toda Europa. Luego, la moda de los globos decayó, a causa de los accidentes mortales que empezaron a producirse, pero, sobre todo, por su dudosa utilidad práctica.

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