Sah ‘Abbās I el Grande
nació en Herat del 27 de Enero de 1571 y murió en Mazandaran el 19 de Enero de 1629 y fue Sah de
Irán desde 1588 hasta su muerte, y el
más eminente gobernante de la dinastía Safavida, y es conocido como Abbás el Grande.
Fue
proclamado gobernador de Jorasán en 1581
y en 1588 obtuvo el trono de Persia tras rebelarse contra su padre Muhammad
Khodabanda y encarcelarlo debido a que
había permitido usurpaciones y la formación de feudos internos por parte de los
emires líderes de las tribus turcomanas que
constituían el esqueleto del ejército Safávida. Además, las incursiones de otomanos y uzbecos arrasaban las provincias del oeste y el este. Determinado
a elevarse sobre el infortunio de su país, firmó la paz con los otomanos en
1590, incluyendo en ella la cesión de amplias áreas del oeste y noroeste de
Persia, pero, al mismo tiempo, dirigió sus esfuerzos contra la marea
depredadora de los uzbecos, que entonces ocupaban y saqueaban Jorasán . A pesar
de ello, Abbás necesitó casi diez años antes de poder lanzarse en una ofensiva
definitiva. Este retraso estuvo causado por su decisión de formar un ejército
permanente. La caballería del ejército Safávida, estaba compuesta
principalmente por cristianos georgianos y armenios
y por los descendientes de prisioneros circasianos y los cuerpos de
infantería del ejército por campesinos.
El
reinado de Abbás, con sus éxitos militares y su eficiente sistema
administrativo, elevó a Irán al estatus de gran potencia ya que fue un
diplomático experimentado, tolerante con sus súbditos cristianos de Armenia.Shah 'Abbas otorgó derechos y privilegios a
los cristianos y extranjeros que quisieran hacer comercio con Persia.
Con la toma de estas medidas, que afectaban positivamente a los
europeos, comenzaron las relaciones entre los países europeos y Persia.
Envió a Robert Shirley a Italia, España e Inglaterra con el propósito de crear
un pacto contra los otomanos. Aliado con España, atacó por tierra a los turcos
mientras Álvaro de Bazán, al mando de las galeras de Nápoles, saqueaba los
puertos de Zante, Patmos y Durazzo.
Abbás
se granjeó un fuerte apoyo de las clases populares. Las fuentes cuentan que
invirtió mucho de su tiempo con ellos, visitando personalmente los bazares y
otros lugares públicos de Isfahán. La capital se había convertido en el centro
del progreso arquitectónico Safávida, con la Mezquita Real, el oratorio del
sheij Lotfolá y otros monumentos como el
palacio de Alí Gapú , el de Chehel Sotún y la plaza de Naqsh-e Yahán. Sus
pintores sobre tela (de la escuela de Ispahán, fundada con su patronazgo)
crearon algunas de las más exquisitas obras de la historia del arte de la
Persia moderna, con pintores tan ilustres como Reza Abbasi y Mohammed Qasim.
A
pesar de las raíces ascéticas de la dinastía Safávida y de las injerencias
religiosas que restringían los placeres y sometían la ley a la fe, el arte de
la época de Abbás denota una cierta relajación de las estructuras.
Shah Abbas sabía leer y escribir pero no
estaba dotado de mucha cultura. En cambio, poseía una gran inteligencia y
sagacidad además de un gusto exquisito en el arte y en las letras.
Durante su juventud era muy dado al vino, del que abusaba, especialmente
después de terminar una batalla. Era amigo de fiestas y convites y de
darse a la diversión, mas ello no obviaba que fuese un hombre valiente
hasta llegar a ser temerario y resistente en el campo de batalla. Era
muy diestro montando a caballo, con el sable y con el arco. Aunque a
veces se mostraba indulgente, era un hombre vengativo y cruel en muchas
ocasiones. Su vida cotidiana estaba regida por la sencillez.
Su
fama se encuentra turbada, sin embargo, por las numerosas denuncias de tiranía
y crueldad, especialmente contra su propia familia. Temeroso de un golpe de
estado protagonizado por algún familiar (como el que él mismo protagonizó
contra su propio padre), encerró a su familia dentro de los palacios para
mantenerles alejados del contacto con el mundo exterior.
Abbas
I de Persia mantuvo un activo intercambio diplomático con su homólogo el Rey
Católico don Felipe III. Buena parte del séquito de los sucesivos embajadores
persas se convirtió al cristianismo y entró
al servicio del rey de España, casi siempre en la corte, adoptando nombres
cristianos y el apellido «de Persia». Entre ellos Uruch Beg, que pasaría a los anales de la Historia de España como Juan
de Persia, apadrinado en su bautizo por el mismísimo Rey.
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